miércoles, 7 de septiembre de 2011

Mi Primera Boda

MI PRIMERA BODA

SINOPSIS
Leonora (Natalia Oreiro) y Adrián (Daniel Hendler) están en pleno inicio de su fiesta de casamiento pero el rabino (Daniel Rabinovich) y el cura (Marcos Mundstock) están perdidos en un remis, por lo que comienzan la fiesta para dejar la ceremonia al final. Leonora es calculadora y obsesiva por el orden de la fiesta. Adrián es un colgado que no entiende ni la fiesta, ni los ritos ni las tradiciones pero que sabe que debe pasar por todo eso para vivir con su novia. Los anillos se pierden, la torta es atacada antes de tiempo, un ex novio que ronda como buitre (Imanol Arias), el abuelo está buscando un porro (José Soriano), un chino va y viene, un DJ indeciso, una madre obsesiva, una madre borracha (Soledad Silveyra), un arma, el vestido se rompe (uf). Todo esto presentado por una secuencia de títulos realizada por Ricardo Liniers.

CRÍTICA
Ya desde el tráiler, la película es sospechosa. Durante la semana previa al estreno, lo que más escuché a mi alrededor fue “no parece una película argentina”. Y, esta expresión, no sólo es cierta sino que además cobra muchísima fuerza conforme avanza la historia. Pero la frase no tiene sentido si no se logran reconocer esos aspectos que la hacen distanciarse del tedio promedio (no absoluto) de las producciones nacionales de los últimos años. El argentino por naturaleza es gracioso, extrovertido, natural. Un híbrido hermoso entre “boludez” y astucia pero que ha dejado de lado estas cualidades para dedicarse a proyectar en pantalla dramas familiares, monólogos, psicodramas histéricos e historias tangueras que intentan crear una fuerte personalidad nacional para conformar a sectores conformistas (el coro que siempre repite: “hay que apoyar al cine argentino” o “haga justicia: películas argentinas, al cine; lo yankee, pirateado”) y alejarse de la condena de ser llamados “cine comercial” o “pochoclo” (como si existiera el “cine no comercial”).

Mi primera boda no para. Constantemente, se tejen subtramas que se van resolviendo para dar lugar a nuevas con un reparto enorme que resulta en un pulóver prolijo. Dejando lugar a la historia paralela de dos Les Luthiers utilizados a la perfección para relajar, entre escenas, el bombardeo dinámico que es la boda. Ariel Winograd, el director (Cara de queso), y Patricio Vega, guionista (Música en espera), se alejan de la comedia simpática y poco comprometida (con el cine) “a la Suar”. En cuanto a estilo, el director se despacha con grandes planos generales de espacios abiertos, naturales y hasta se da el lujo de recurrir al western en varias ocasiones. Pero no se queda sólo en la historia sino que se vale de la puesta en escena para generar construcciones premonitorias y marcas actorales que llevan a otros niveles de lectura en cuanto a narración completa en el plano. Por ejemplo, mientras Miguel Ángel (Imanol Arias) escucha una comprometedora conversación de Adrián, se esconde tras una estatua desnuda y su mano se apoya sobre los genitales de la misma para denotar cómo lo tendrá “agarrado de las pelotas” el resto de la fiesta.

Signos como estos sacan a la vista el compromiso del director con su película. Su planificación, su personalidad, los puntos a los que dio importancia para hacer una película que, en definitiva, es hacer arte. Comercial, no comercial, original, agotada, pochoclo, personal, son adjetivos que caben a cada película en particular pero por ninguno de ellos pueden sacar a una película su carácter artístico. Se hable de Coppola o de Ed Wood, de Orson Welles o de Spielberg. El “cine arte” no existe, es una redundancia.



Valoración: 9.0



Publicado por Adrián Zorgno
info@lamanzanadeparis.com.ar




Fuente de Imagen: www.raquelflottaprensa.com.ar

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